martes, 2 de octubre de 2012

Insomnio

Me siento desnuda, vacía. Como si el mundo hubiera absorbido mi esencia, como si después de la calma y de la felicidad, hubiese vuelto la tormenta.
Vuelvo a encontrarme acurrucada en un rincón rodeada de los fantasmas que atormentan mi alma y que me quitan cada aliento, convirtiendo el oxigeno en humo negro que contamina y destruye mis pulmones que cansados de luchar por seguir respirando siguen absorbiendo el veneno que mi corazón expande por las venas matándome lenta, pero eficazmente.
Así me siento, muriéndome.
Así me muero, echándole de menos.
Porque si, a veces siento que le echo de menos.
A veces, solo a veces, algún recuerdo se escapa del baúl y los sentimientos se revolucionan.
Aparece la rabia, el odio, la culpa, la tristeza y el dolor. La negación. A veces quiero llorar.
Echo de menos el calor de sus abrazos, sus labios carnosos mordiendo mi piel. Esa sensación de estar al completo, de sentir que no necesito nada más, sólo saber que él existe.
Pero murió.
Y con él sus labios, sus besos, sus abrazos, sus sonrisas. Las canciones, la guitarra. Junto a él, también murió un trocito de mi.
Una vez has tocado el cielo, la tierra te parece un infierno.
Yo me voy pudriendo lentamente en este vertedero de sentimientos y sueños por cumplir. No tengo donde huir ni donde refugiarme. Tengo pánico de morirme yo también, aunque siga sin tener sentido vivir sin rumbo alguno.
Intento completarme con banalidades aunque sus efectos efímeros se desvanecen cuales fantasmas de humo. Intento despertar de la pesadilla cada día, esperando encontrar su mirada al abrir los ojos. Pero él es el fantasma y es mi alma la que se retuerce de agonía al ver que nadie podrá llenar jamás el vacío que él dejó.

Lo sé, porque he escrito sobre mil personas, sobre mil despedidas y reencuentros, sobre ojos que guardan el mar en sus iris y sobre amaneceres en la piel de amores eternos que se pudrieron en el intento de conseguir alcanzar la eternidad. Y en cada uno de ellos reflejo algo de él, porque nunca dejaré de escribirle ni de pensarle.

Porque nunca conseguiré dejar de amarle.