viernes, 20 de diciembre de 2013

Love Is Not...

Te odio, te odio con todo el corazón y con toda mi alma. Te odio casi tanto como te amo.
Y me arrepiento de todas las cosas que no te dije cuando tenia la oportunidad, sólo porque ahora ya no tienen sentido. Porque siento que todo se derrumba a mi alrededor y que tu simplemente fuiste la pieza que desencajó e hizo perder el equilibrio del castillo de ilusiones que había construido.

E intento que me de igual. Dejarte de echar de menos sería la mejor opción, y si fuera tan fácil, creeme, que no dudaría ni un minuto en hacerte desaparecer. No es que me arrepienta, es que simplemente no estás y tampoco lo intentas. No pido verte cada día, no pido besarte cada día, no pido nada más que unas palabras sinceras de lo que sientes de vez en cuando, o de mucho en cuando. Porque lo necesito. Porque si quieres tenerme, tienes que necesitarme tu también.

Y ahora como que ya es un poco tarde. No puedo dejar de creer que todo es mentira y que no puedo confiar en tí, nisiquiera quiero intentarlo.

Lo que mas me jode, es que desde un principio me negué a creer que esto acabaría así, y mírame, aqui estoy, donde nunca debería haber llegado.

viernes, 18 de enero de 2013

Despedida...

Recuerdo el día que me despedí de él.
Llovía mucho, y yo andaba bajo un paraguas de color rojo.
Me gustaba ese paraguas. Me gustaba pasear con él, y me regodeaba pensando que algún chico se enamoraría de mi al verme pasar con mi paraguas, y que dedicaría su vida para encontrar a la chica del paraguas rojo. Suena infantil, pero me gustaba ser la chica del paraguas rojo. Por eso lo llevaba.
Ese día iba cargada con el paraguas y una maleta negra.
Quedamos en la puerta de un bar llamado "Nomeolvides". Era un nombre adecuado a la situación, aunque no lo hicimos aposta, era el bar más próximo a la estación.
Era un día de verano, aunque el sol se había tomado unas vacaciones. Y la lluvia había empapado la maleta y los bajos de mis pantalones.
El me esperaba en la puerta, con la capucha de la sudadera puesta. Al verme sonrío.
Lo más curioso es que hicimos lo de siempre: hablamos, reímos y nos tomamos unas cervezas.
Cuando llegó la hora de irse, nos despedimos como si al día siguiente hubiésemos vuelto a quedar.
Pero entre en la estación y cogí el tren.
Y me fui...