viernes, 30 de diciembre de 2011

La Ciudad de la Niebla

Bienvenidos a la Ciudad de la Niebla.
Abrígate, no dejes ni un solo agujero por tapar, porque el frío se meterá dentro, y cuando te des cuenta, tendrás helados hasta los huesos. La niebla lo invade todo, la niebla te hiela hasta el alma. Las puertas de las casas están cerradas, no por desconfianza, sino para impedir que la niebla entre a los hogares y los tiña de blanco.
Nunca pensé que tocar las nubes fuese como acariciar un vapor helado. Pero no es el cielo, aunque te rodee denso humo blanquecino. Es más bien un infierno de hielo, es la nada. Nada, porque el velo de la niebla te impide ver el camino, la gente. Y es que en la Ciudad de la Niebla, aunque nos conozcamos todos, nadie saluda a nadie, no por desprecio, sino porque la niebla nos impide ver hasta nuestras propias manos. Por eso siempre vamos solos. Solo hay blanco y frío, tan frío tan frío, que ni siquiera sientes la soledad en las calles vacías. Cuando paseas los demás se convierten en sombras que se te cruzan, que te rozan, pero aunque estén ahí, no los ves. Oyes las voces, suaves palabras como la niebla que te rodea, los pasos a tu alrededor. A veces, hasta puedes vislumbrar la luz de un farol o un fuego fugaz que enciende un pitillo flotante en el humo blanco. Pero sigues estando solo. Normalmente nadie se para a reconocer a alguien, nadie se descubre entre las nubes. Y si por casualidad tropiezas con alguien familiar y logras reconocerlo, la despedida es calurosa como un sol de verano, pues la gente se despide como si jamas se volviesen a ver. Porqué en la Ciudad de la Niebla, es difícil volver a ver a alguien una vez desaparece en la niebla. Incluso salir de casa puede significar no saber volver a tu hogar. Aunque aprendas a no perderte, a encontrar tu camino y saber a dónde vas.
Yo estaba perdida en la Ciudad de la Niebla. Había vuelto, después de pasar un tiempo lejos del frío. Entonces, tropecé con alguien. Solo veía sus ojos, azules y fríos como la niebla, pero resplandecientes como el sol. Eran unos ojos vivos y jóvenes. Sin embargo, la voz era profunda y rasgada, pero melódica como una nana. Era una voz de una mujer que había vivido más años de los que podría imaginar. me habló con ternura, como si me conociese. Seguramente me conocía, de todos modos, yo no la reconocí, pues después de tanto tiempo fuera, había olvidado a muchas personas. Ella tampoco mencionó mi nombre, empezó a hablarme, a decirme que no caminara encogida, que no escondiese mi mirada. Me dijo que si sonreía, habría días que las nubes volverían al cielo y podría ver el sol otra vez. Que las estrellas eran el espectáculo más bello que se podía ver en el cielo y que en ellas están escritos nuestros sueños. Me explicó, que solo hay una cosa que la niebla no te debe enfriar. El corazón.
Cuando la niebla te hiela el corazón, mueres. Puede que parezcas vivo, pero solo eres un ente caminante, sin rumbo. Dentro de ti solo habrá niebla. Por eso dicen, que aunque la gente de la niebla parezcan tristes, en realidad son las personas más fuertes del mundo, pues aunque la niebla les rodea y les quita todo cuanto quieren, tienen el corazón ardiendo y eso les mantiene a flote, como una coraza interior.
Amar nunca fue de débiles, y menos en la Ciudad de la Niebla, donde amar significa arriesgarte a no volver a ver a tus seres queridos cuando se alejan de ti. Perder de vista a tu marido, a tus hijos, a tu familia y tus amigos, verlos desaparecer en la niebla y rezar para que encuentren el camino de vuelta a casa. Por eso es un reto amar allí.
Cuando yo me fui de la Ciudad de la Niebla, me alegró disfrutar del sol y bañarme en su luz, ver las cosas a mi alrededor, la gente, las casas... Pero me di cuenta de que esas gentes eran igual de frías que la niebla. Aunque en sus ciudades no haya niebla, su niebla interior les impide ver el sol. No saben amar. Empecé a sentir el frío que desprendían a mi alrededor. Ellos eran su propia niebla y empezaron a invadir mi alma. Poco a poco se iba apagando el fuego de mi corazón, sin que yo me diese cuenta. Lloraba sin motivo, me sentía sola, como si estuviese perdida en la Ciudad de la Niebla. Seguramente apagué la ultima llama de amor en un intento desesperado de poder sobrevivir. Su niebla me vació por dentro, dejándolo todo blanco.
La viejita tenía razón. Me había convertido en un ente más. Un caminante vacío por dentro. Aunque yo me creyera fuerte por no sentir el dolor. Me creía poderosa. Pero no es de fuertes no sentir dolor. Lo que realmente significa ser fuerte es resistir al dolor y la niebla sintiendo la tristeza y el frío. Seguir adelante, aunque creas que estas solo porque la niebla te impide ver.
Y allí estaba yo, vagabunda perdida, con el corazón de hielo, sin rumbo, mirando mis pies sin verlos, sin ver el camino. Sin saber donde estaba mi hogar. La vieja me miró. Seguramente no fue casualidad que me tropezase con ella. Bien, digamos que me encontró. O eso me decían sus ojos. Parecía saber más de mí que yo misma. Sabía que la niebla se había apoderado de mi interior. Antes de desaparecer en la niebla, me dijo:
"Muchacha, no mires al suelo. Mira al cielo, que es del único lugar de dónde pueden caer cosas buenas".
Yo alcé la cabeza. Fue un acto reflejo sin sentido.
Entonces vi como entre la niebla se filtraba un rayo de luz blanca del cielo que me iluminó por un instante, hasta que la niebla volvió a esconderme el cielo.
Estaba sola, rodeada de un humo denso de hielo. El silencio y el frío se habían echo cómplices de la niebla que cubría la noche. Estaba perdida... No, sabía donde estaba. Es más, sabía donde iba, quien era... Podía regresar a casa sin miedo.
Creo que esa luz había encendido de nuevo una pequeña llama en mi corazón.


Me resucitó un rayo de luna llena en la Ciudad de la Niebla...




Inspirado en Nebbia del Cirque Éloize

lunes, 26 de diciembre de 2011

El caos se expande en una orgía de colores, profanando el mismísimo infinito.

Siento que estoy perdiendo el control.
Que el caos que me rodeaba y alimentaba el alma ahora se esta expandiendo por dentro y fuera de cada uno de mis mundos, como una orgía de colores, profanando cada rincón secreto y sagrado, sin importar si allí se esconde tristeza o alegría, si hay dolor o felicidad.
Las viejas cicatrices se abren y de ellas se derraman cuantos sueños quedaron por cumplir. Recuerdo el olor de las azaleas en flor y recojo la miel con la que unto mis heridas para poder huir.
Me absorbo en mi propia sangre, y me reconstituyo en cada pensamiento e idea que quiere escapar de la realidad, sin saber dónde esta la brecha del muro que nos quiere encerrar en este mundo tan vacuo.
El equilibrio de todo lo conocido se quiebra en el mismo caos que desequilibra todo lo que mi mente olvida. Las palabras, los recuerdos, todo se mezcla en un remolino que se precipita al vacío, un vacío tan lleno de imágenes que no importa si la oscuridad no alcanza a desenterrar la nada. Es allí donde el caos se nutre de luces, de estrellas. Donde todo tiene sentido sin tenerlo. Donde todo y nada tiene un mismo significado.
En ese punto donde empieza y acaba el infinito.

No culpes a los poetas por dejar escritos sus sueños, ni a los soñadores por querer cumplirlos.

Sueña.
Porqué no existen fronteras en la noche.
La oscuridad se expande y los sueños de las personas se encienden y apagan en ella cual estrella en el cielo.
Cierto es, que no se puede vivir de sueños, aunque más imposible aún es vivir sin ellos, pues los sueños nos nutren de vida, son los que nos inyectan la fuerza y la esperanza para poder vivir en esta pesadilla. Si uno cree en ellos, los fantasmas se desvanecen y los sueños se hacen realidad.
Nunca llores por los sueños perdidos, entonces nunca los dejarás renacer. Nunca te rindas, pues no hay edad para soñar, ni los sueños tienen fecha de caducidad.
Vuelven, si realmente lo deseas, siempre vuelven.
Aunque se escapen, aunque parezca imposible atraparlos, vuela, bien alto, y persíguelos siempre, porque en realidad los sueños no se viven soñando, sino recorriendo el camino hasta alcanzarlos.