Recuerdo
el día que me despedí de él.
Llovía
mucho, y yo andaba bajo un paraguas de color rojo.
Me
gustaba ese paraguas. Me gustaba pasear con él, y me regodeaba
pensando que algún chico se enamoraría de mi al verme pasar con mi
paraguas, y que dedicaría su vida para encontrar a la chica del
paraguas rojo. Suena infantil, pero me gustaba ser la chica del
paraguas rojo. Por eso lo llevaba.
Ese
día iba cargada con el paraguas y una maleta negra.
Quedamos
en la puerta de un bar llamado "Nomeolvides". Era un
nombre adecuado a la situación, aunque no lo hicimos aposta, era el
bar más próximo a la estación.
Era
un día de verano, aunque el sol se había tomado unas vacaciones. Y
la lluvia había empapado la maleta y los bajos de mis pantalones.
El me
esperaba en la puerta, con la capucha de la sudadera puesta. Al verme
sonrío.
Lo
más curioso es que hicimos lo de siempre: hablamos, reímos y nos
tomamos unas cervezas.
Cuando
llegó la hora de irse, nos despedimos como si al día siguiente
hubiésemos vuelto a quedar.
Pero
entre en la estación y cogí el tren.
Y
me fui...