Dicen que las palabras se las lleva el viento.
Pero no sólo se lleva palabras, en realidad solo son una pequeña parte de lo que puede llegar a transportar.
Si escuchas bien, el viento canta. Tiene diferentes melodías. A veces, es tal su rabia que con sus gritos pretende derribar el mundo. Su aliento es tan duro que en su canto solo clama destrucción y espanto. Pero si no temes sus gritos puedes percibir que entre chillido y chillido se escucha una brisa de llantos y desolación.
El viento llora, como todo el mundo.
El viento sufre, como tu cuando lloras y él seca tus lágrimas. Se las lleva lejos, como las palabras. Aunque a veces, simplemente te hace llorar porque sabe que no es bueno guardarse las penas dentro, porque hay veces en que es necesario ventilar el corazón.
Pero normalmente y de por si, el viento es un romántico. Acaricia suavemente tu piel, arrancándote escalofríos con amor, o hace volar tu cabello cual mano que lo atraviesa con sus dedos. Y sin que te des cuenta, te besa. No sólo en las mejillas o en los labios, te besa por todo el cuerpo. Hasta hay veces que te provoca, que juega contigo, que hasta intenta hacerte volar.
Repito: el viento no sólo lleva palabras. También las trae, también recoge y siembra recuerdos. También crea momentos. Pero sobretodo: también te habla.
La próxima vez que notes el viento rozando tu piel, no luches, no te protejas ni te tapes, solo disfrútalo y sonríe. Escucha lo que te dice, lo que te pide. Escucha su canción, observa como hace bailar el mundo que te rodea: las hojas, el agua, la arena... Todo se mueve y remueve con el viento.
Todo esto me lo explicó él un día, mientras escribía sentada en un banco de piedra, en un parque lleno de verde, azul y marrón, cuando él intentaba pasar las páginas de mi libreta para llevarse mis palabras y dejar escritas las suyas.